Ahora estoy tumbado a los pies de una cama de hielo, con los ojos fijos en una esquina polvorienta de esta maldita habitación.
Ya han pasado los años intensos, en los que la tranquilidad no quiso llegar nunca, llenos de alegría incontrolada vestida de desconsuelo.
Ahora, después de una vida cosida a una moral, pienso en cada uno de los segundos que tengo por delante y las ventanas parecen atajos fáciles de tomar.
He olvidado ya esos vestidos polvorientos del armario, y los gritos y perdones de esa voz angelical.
Solo queda el recuerdo de unos ojos que hacían de una triste vida una feliz existencia. No duermo ya, temiendo que en esas estúpidas horas se pierda esa luz perfecta. Y solo pido que antes de olvidar tus ojos, ahora apagados, vengan a buscarme y me arrebaten las últimas fuerzas que me quedan. Aunque eso signifique dolores inhumanos e incomprendidos.