Me gusta ver como se esconden las luces de los coches al acercarse a un cambio
de rasante. Más aun como aparecen segundos después, como su surgieran de
las profundidades del universo.
Me gusta el barro
en el jardín, después de una gran tormenta estival. También como huele tras esa
lluvia.
Me gustan los
mercados, en los que la colocación de las naranjas, manzanas, kiwis, piñas y
demás frutas es tan importante como la calidad de la mercancía. También me
gusta la señora que consigue que llegue a casa pensando que he comprado los
mejores aguacates del mundo.
Me gusta escuchar
música los sábados por la mañana (después de desayunar, antes de ducharme) y
pensar que hay canciones para todos los momentos y estados de ánimo y de alma
(que aunque parezca lo mismo son cosas muy distintas).
Me gusta pensar
que voy a estar contigo el resto de mis días, riendo más que llorando. Incluso
sueño en poderte mirarte a los ojos y que conozcas el más pequeño de mis
pensamientos.
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Ahora odio las
luces en la calle, sobre todo las luces de los coches escondiéndose en la calzada.
Ahora odio
ensuciarme las zapatillas con el barro de una gris y triste tarde lluviosa. La
humedad me produce congestión.
Ahora odio ir a
comprar y pensar en la comida equilibrada. Las frutas y verduras deberían
existir solo para los abuelos.
Ahora odio los
ruidos infernales de los vecinos escuchando música. Odio ver a los jóvenes
haciendo la compra con los auriculares en los oídos. En vez de auriculares les
deberían llamar los autistadores.
Ahora odio no
recordar ni uno solo de los motivos por los que estoy contigo. Pensar en lo
absurdo que es perder el tiempo mirándote para descubrir que me interesa más la
televisión.
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PD: Por supuesto estoy escuchando música mientras escribo estas líneas.